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TRINCHERA CIUDADANA
DEL OCASO DE UN PRESIDENTE Y UNA HISTORIA DE CELAYA
Diversos analistas políticos, periodistas y articulistas, han venido escribiendo desde hace semanas el ocaso que está viviendo el presidente Peña en sus últimos meses en el poder y el ascenso con todos los reflectores incluidos que está teniendo el presidente electo Andrés Manuel López Obrador. Se coincide en que el tabasqueño está convertido en un auténtico poder de facto y que a Peña lo único que le queda es administrar sus últimos días al frente del poder ejecutivo.
Esta historia no es nueva, sucede cada fin de sexenio. Es normal que el presidente en funciones vaya disminuyendo su poder y su grado de influencia ante el inminente relevo. Los norteamericanos llaman a un presidente saliente como un lame duck (pato cojo). En México el fenómeno es más dramático aún por el largo proceso de transición y era todavía más significativo durante la época del presidencialismo todopoderoso, porque los poderes omnímodos concentrados en una sola persona (el presidente constitucional), iban pasando de a poco al presidente electo. El primer mandatario como jefe de las instituciones del país, dominaba absolutamente todo, no había contrapesos reales y los poderes legislativo y judicial eran meras extensiones del ejecutivo.
Voy a relatar brevemente una historia acontecida en Celaya que retrata un poco lo que sucedía en ese periodo de transición:
En junio de 1964, Celaya estrenaba su moderno y funcional boulevard del Bajío, que luego llevó el nombre del presidente Adolfo López Mateos. El gobernador Juan José Torres Landa había comenzado su sexenio con la firme intención de transformar Guanajuato a través de ambiciosos proyectos de infraestructura, aprovechando el potencial geográfico que ofrecían las ciudades del Corredor Industrial. Contra lo que pensaban los vecinos, la obra del boulevard se inició y pese a las molestias generadas, se continuó adelante, pero vino un error de cálculo según lo explica el Licenciado Jorge Negrete Quintana, secretario del Ayuntamiento de la administración municipal 1964-1966 encabezada por el Licenciado Javier Guerrero Rico:
“La Tesorería del Estado anunció que cobraría durante ese año, el impuesto de plusvalía a los dueños de los terrenos que se habían visto beneficiados por la magna obra, causando el enojo de mucha gente que quiso aprovechar el vacío generado por la transición de poderes”. 1964 sería el último año de gobierno de López Mateos.
“La agitación social se prolongó de agosto a noviembre. Fue una época pesadísima. De la SEGOB pusieron a nuestra disposición algunos elementos, a otros de la Policía Judicial Federal, al teniente coronel Garduño y 12 militares armados con metralleta en el patio de la presidencia, a cargo del coronel Lino Sánchez, de la zona militar de Sarabia”.
No me da el espacio. Pero no está de más comentar que durante la agitación social vivida, se apedreó la casa particular del alcalde y las oficinas del periódico El Sol del Bajío. La plaza principal estuvo tomada por los manifestantes y Celaya corrió el riesgo de sufrir una tragedia. 
A propósito, don Roberto Suárez Nieto, Regidor de Hacienda y luego presidente municipal comenta:
“Al día siguiente fui a casa de Javier y era impresionante la cantidad de piedras y la capa de grava de unos 20 centímetros al interior de su casa. Le ofrecí llevarme sus muebles en lo que él hacía las reparaciones necesarias. Había charlado con él y con Vicente Martínez Satibañez ese día, antes de la agresión”.
Todo volvería a la normalidad el 1º de diciembre cuando Gustavo Díaz Ordaz asumía la presidencia de la República. El vacío se había acabado.
NOTA.- La historia completa se encuentra narrada en el libro Dos vidas, de mi autoría, publicado en abril pasado por la LXIII Legislatura de la Cámara de Diputados.

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