La cultura

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La cultura se conceptúa en la actualidad como una actividad para rellenar el tiempo de ocio. Se ha subvalorado su capacidad formativa. Es también lo contrapuesto de la actividad práctica: la productiva (entendida esta como la que genera dinero). De ahí que la tendencia de los últimos planes de estudio sea a las carreras técnicas (el menosprecio a las humanísticas), la enseñanza sea mal pagada («es que no tienes vocación» es el argumento y «abundan los maestros de tu materia que sí quieren trabajar»), muchos menosprecien escribir bien («de todos modos me entienden», me dijo un pariente cercano), muchos universitarios se ufanan en jamás haber leído un libro completo (como si eso fuera motivo de orgullo) y que las casas de Cultura del país sean refugio para el entretenimiento.

La historia es cíclica. Esta misma condición se dio en la Roma clásica. Los hechos esenciales se repiten, aunque los ambientes y las particularidades sean diferentes. Y, como entonces, el riesgo es que termine por abatir a la sociedad misma.

Los patricios (la clase social alta de los romanos) compraban esclavos cultos (fundamentalmente griegos) para educar a sus hijos. En virtud de que solo era por prestigio y no por una intención práctica (a los romanos lo único que interesaba eran los resultados), sus alcances siempre fueron limitados. De ahí que las aportaciones romanas se ciñan aspectos técnicos y muy raramente, a científicos.

Cultura, etimológicamente, es lo opuesto de natura. Esto último es todo aquello que se origina sin intervención humana. Es decir, todo producto que no se da de forma natural. En el momento en que se cocina, pinta, baila, lee, se estudia la naturaleza, se conceptúa, se filosofa… se realiza una actividad no natural, una acción totalmente diferente a la que aparece en el entorno espontáneo y entre los otros seres vivos. Por supuesto, esa búsqueda superior tiene un propósito: dominar la naturaleza, hacer algo diferente con ella. El resultado, además del producto específico, potencia las capacidades. El dominio y destrezas con el garrote llevaron a la lanza y al hacha, estas al arco y después a un sinfín de armas para la supervivencia y hasta para el dominio de otros. La cultura es la responsable de la evolución de la raza humana y su sociedad. Gracias a la cultura dejamos de ser primates.

La técnica, preocupación de la sociedad actual, es una manifestación de la cultura.

El ser humano es un ente integral. No por ser seres biológicos, dejamos de ser sociales o productivos. Es más, la productividad se merma si no se satisfacen los anteriores aspectos: una persona enferma o deprimida, no produce con la misma calidad.

De ahí que la cultura sea fundamental y también formativa. Las actividades hoy consideradas de ocio –como bailar, pintar, esculpir, decorar, leer, tocar un instrumento– inciden profundamente en las capacidades cerebrales, por lo que contribuyen de forma decisiva a la formación de una persona.

Esas actividades incrementan las conexiones neuronales. Ello redunda en mayores capacidades. La cultura debiera tener un rango mayor en nuestra sociedad del que se le encasilla.

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