“Un santo triste o un triste santo”
Durante el caminar por esta vida iremos fluctuando ante varios sentimientos, emociones. Puede que durante un lapso de tiempo estemos tristes, alegres, eufóricos, pensativos, nostálgicos, creativos, etc.
La vida nos va presentando infinidad de “escenarios” porque la lección que nos desea transmitir es el de la “fluidez”, la “adaptación”, el de comprender que “lo único que permanece es el cambio”. Lo que no fluye se pudre, deja de tener vida, se estanca y la vida se retira de ello.
A lo largo de nuestra existencia vamos comprendiendo la importancia de no siempre mantenernos en una misma sintonía, en una misma frecuencia. Estamos invitados a caminar con los brazos, mente y corazón abiertos a los cambios, a lo que tal vez no nos esperamos que nos pueda suceder, pero que ahí está para traernos un aprendizaje.
Existen situaciones que sólo son pasajeras, de momento, ya que nada es para siempre. Más sin embargo quien es portador de esas experiencias es la misma persona, el ser humano poseedor de una esencia que no cambia, más sin embargo sí está acompañada de varios “accidentes del ser”, que es lo que sí cambia.
Podemos ser “santos tristes”… porque las cosas no salieron como quería que salieran, porque en ese preciso momento no tenemos la capacidad para poder comprender lo que está sucediendo, porque quizá no posea las herramientas para poder auxiliar como quisiera hacerlo, pero, tarde o temprano lo “triste” podrá pasar y decidir ahora que emoción quiero experimentar. Así que el “santo triste”, si así lo desea, no siempre estará “triste”.
En cambio para ser un “triste santo”… se es necesario no tener fuerza de voluntad y haber aceptado que el cambio no se puede dar, aceptar y abrazar la “tristeza” como parte fundamental, intrínseca de nuestro ser, ahí sí, es muy difícil que se pueda ayudar, mientras el otro no quiera ser ayudado, no nos lo permita.
¿Qué queremos ser… “santos tristes” o “tristes santos”?
Ambas opciones tenemos la posibilidad de alimentar. Ambas están a nuestro alcance. Ante ambas oportunidades atraemos circunstancias y personas, claro, diferentes, pero también las atraemos.
Todo pasa, todo tiene una razón de ser, nada perdura y todo corre con el tiempo. El pensar y vivirse así nos permite poder disfrutar de todo lo que la vida nos ofrece día a día. Nos hace comprender que todo es necesario para el desarrollo y evolución de la raza humana. Nos hace crecer desde la “diversidad”, aceptando, identificándome con los demás, tolerando y aprendiendo que así como puedo hablar, así mismo tendré que aprender a escuchar.
El “vivir eternamente triste” nos acarrea más tristeza, nos hace una “carga” para los demás, y todo aquello que contamina mi desarrollo, mi alma, se hace presente para boicotear mi felicidad y la de los demás. Es como un cáncer, cuando menos uno lo ha pensado nos ha invadido totalmente.
Como siempre te lo he mencionado, la última palabra la tienes tú, sólo recuerda que el tiempo pasa y la vida con él, qué mejor que comenzar a generar cambios en aquello que amerita cambiar, en pro de mi bienestar, porque siendo feliz, puedo hacer felices a los que están a mi alrededor.
Tú decides…
Ser “un triste santo o un santo triste”.
Por: Antonio Hernández Mascote.