Hace unos días el actor Rafael Inclán comentó en una entrevista que no piensa en el retiro de la farándula por sus carencias económicas. Uno pensaría que una figura cuyo currículo consiste en 140 películas, 20 telenovelas y casi igual número de participaciones en series televisivas, estaría disfrutando las ganancias de medio siglo de carrera, pero no. De hecho, su batalla no es por ver quien le gana en el albur, sino encontrar trabajo a los 83 años.
Quizá las generaciones recientes conozcan a Inclán por su papel de Guillermo en Rebelde, por salir en La rosa de Guadalupe o ser la voz del Alebrije en las películas animadas de leyendas mexicanas. Sin embargo, el cómico de voz aguardentosa fue una especie de macho-alfa-lomo-plateado para mecánicos, plomeros, albañiles y lancheros que pretendían emularlo por el manejo de la palabra de doble sentido, y conquistar con picardía a chicas guapas de cuerpos esculturales. Al menos por los papeles que desempeñó.
Una de esas damas era Lyn May, compañera generacional de Inclán; hoy viviendo una situación igual al no tener recursos económicos y continuar trabajando en el medio artístico. Don Rafael perteneció a los albureros, maestros en el dominio de derrotar adversarios mediante palabras de connotación sexual. La acapulqueña fue parte de las ficheras, designación -denigrante en estos tiempos- otorgada a las trabajadoras de cabarets; ambos personajes representados en un género cinematográfico alguna vez exitoso y saludable, después denostado y actualmente en terapia intensiva.
El séptimo arte en nuestro país ha tenido diversas etapas en su historia, incluidas La nueva ola (1957-1975) y el Cine de ficheras (1975-1990). La primera se identificó por el apoyo gubernamental a trabajos que mostraban alegatos sociales, visible en El castillo de la pureza, El apando, Cascabel, Las poquianchis y Canoa, todas excelentes cintas, pero sombrías y sin pretender sacar una sonrisa al espectador.
En 1975 se estrenó Tívoli, de Alberto Isaac, trabajo que criticó los vicios de corrupción y poder de las autoridades mexicanas, temas similares a los de Ripstein y Cazals, pero con la característica de hacer una denuncia desmadrosa, con las peripecias de El tiliches y La chapas, protagonizados por Alfonso Arau y Carmen Salinas, respectivamente, aunado a los desnudos de la citada Lyn May. Tívoli poco se le puede catalogar dentro del género fichero, pero si su antecedente y parteaguas directo.
Con José López Portillo en la silla presidencial (1976-1982), tuvo el tino -es un decir- de designar a su hermana Margarita como directora de Radio, Televisión y Cinematografía; paraestatal que apostó a productoras privadas, quienes intentaron revivir el cine de rumberas, con las consabidas historias de mujeres de bajos recursos que recurren a trabajar de ficheras en cabarets. -De ahí el término: acompañantes de los clientes para bailar y tomar una copa, a cambio de fichas canjeables por dinero al final de sus jornadas-.
La película fundacional fue Las ficheras (Delgado, 1975), censurada por el gobierno del Distrito Federal y retomada dos años después con el nombre de Bellas de Noche. El éxito en las salas de proyección fue inusual e inmediato por ecuaciones simples: desnudos, música de la Sonora Santanera en estado de gracia y espectadores identificados con las peripecias de El movidas y El vaselinas que con la tragedia de Julián y Ramón, los mártires de Canoa.
Es poco creíble, pero el cine de ficheras tuvo influencia europea. Bellas de noche fue una variación en el título a Belle de Jour de Luis Buñuel (1967), además que Guillermo Calderón, El güero Castro y otros productores trasladaron la comicidad erótica italiana a la mexicana. Sasha Montenegro fue nuestra Edwige Fenech y Luis de Alba era Álvaro Vitali.
Las tramas se desarrollarían en talleres mecánicos, mercados y otros lugares comunes de trabajo. Las cintas de ficheras se convirtieron en sexicomedias donde convergían Angélica Chain, Wanda Seux, Rosy Mendoza, Princesa Yamal, Alfonso Zayas, César Bono, Tun-Tun, Natera, Jorge Rivero y Andrés García, por mencionar unos cuantos. Ya después vendrían Lina Santos, Lorena Herrera, Olivia Collins y Maribel Guardia.
Entre las características del género, los guiones para Tres lancheros muy picudos, El día de los albañiles, Esta noche cena Pancho y otros títulos, se realizaban en la casa de los productores que financiaban vino y botana a las actrices y actores, en una auténtica lluvia de ideas. En los domicilios y cabarets también se hacían escenas y otras más en estudios con poca escenografía, aunado a la improvisación al momento de filmar; solo hay que echar un vistazo a la cátedra alburera de Carmen Salinas y al juego de palabras de Alfonso Zayas.
https://www.youtube.com/watch?v=N87NDEntfxw
https://www.youtube.com/watch?v=6-nsLSgGPws
A pesar de la baja calidad, el éxito se reflejó en las secuelas e incluso La pulquería fue una tetralogía, digna competidora de taquilla de producciones hollywoodenses. Confieso vi varias de estas películas en la casa de compañeros de andanzas, cuando las videocaseteras revolucionarían el entretenimiento. También me tocó la decadencia de las sexicomedias, proyectadas en recintos igual de decaídos, sin aire acondicionado, asientos rotos y roedores entre los zapatos. El respetable lo conformábamos en su mayoría chamacos pinteros y adultos que aprovechaban para la pestañita antes de llegar con la familia o refinarse el Bacardí con Coca Cola.
Eran finales de los ochenta y México se abría paso a la globalización. Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) puso al mejor postor los antiguos palacios cinematográficos que desaparecieron en su mayoría, igual que los cabarets. Se inauguraron las multisalas que apostaron por el Nuevo cine mexicano, encabezado por Sólo con tu pareja y Como agua para chocolate, con la consigna de borrar una era vergonzosa, aunque redituable.
Las sexicomedias encontraron cobijo en el DVD y en la actualidad aún se realizan producciones caseras, amparadas por el mínimo público que las disfruta sin censura, ante historias inviables para los nuevos tiempos del cine de consumo masivo. Cabe mencionar hay títulos, digamos clásicos, disponibles en YouTube e incluso remasterizados en canales de paga.
Muchos de sus iconos han fallecido, lo constatamos en días recientes con Sasha Montenegro y Rosy Mendoza, otros más, en crisis económicas que los obliga a seguir trabajando, como son los casos de Rafael Inclán y Lyn May, representantes de albureros y ficheras, alguna vez saludables, después denostados y hoy aferrados a sobrevivir en terapia intensiva.
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