Y en la cancha lo demostrará… Ese era el estribillo de la canción interpretada por la selección mexicana de fútbol para el mundial de 1986. Quizá algunos recuerden el video austero que emulaba el We are the world, tan en boga en ese momento, aunado a la algarabía por ser anfitriones del máximo torneo futbolístico. https://www.youtube.com/watch?v=PtQCRftEFrA
Sin embargo, a jugadores y aficionados nos bajaron de la nube vía el Estadio Universitario de Monterrey, al son del 4-1 en penales, cortesía de los alemanes.
Eso fue un 21 de junio de 1986, es decir, mi recuerdo de hace 38 años que el deporte más seguido en nuestro país no cumple con las expectativas de analistas, comentaristas, aficionados recalcitrantes y de ocasión, los cuales me incluyo en este último grupo porque son contadas las veces veo futbol: me da pereza ver la transmisión de un México contra Grecia desde Houston. Digo, hay maneras de matar el tiempo, pero al menos debemos hacerlo con respeto y dignidad a uno mismo.
Confieso me he convertido en un villamelón futbolero desde el mundial de Rusia 2016. No sé si sea por mi edad o le he perdido interés al ver escasos jugadores nacionales destacados dentro o fuera del país. Los expertos me reclamarán diciendo hubo excepciones con el Chuky Lozano o Raúl Jiménez, y les contestaré que ambos solo tuvieron destellos, nunca se consolidaron en temporadas consecutivas y menos jugaron en las potencias europeas.
Reafirmo tengo poco conocimiento del futbol en la actualidad porque al momento de escribir la presente columna estoy viendo el segundo tiempo del deslucido México contra Ecuador en la Copa América y apenas ubico a los delanteros Julián Quiñones y Santiago Giménez. Los connacionales necesitaban ganar para calificar a la siguiente ronda, debido a tener solo un triunfo ante la potente Jamaica y una derrota contra la Vinotinto. Quienes decían nos íbamos a convertir en Venezuela, por lo menos sea en el once contra once.
No siempre fui un amarguetas pambolero. Tuve mi etapa Goyo universitario desde finales de los setenta hasta mediados de los noventa, sin embargo, lo cambié por el Toro celayense que tenía de secuaces a Butragueño y Zambrano; un idilio de limitadas temporadas por las malas decisiones administrativas del equipo que terminó por venderse y jugar en un inacabado estadio en Morelos, con el consiguiente descenso.
Por supuesto, he disfrutado los logros de la selección masculina, con varios botones de muestra. Ahí tienen el 2-0 jugando en casa conta Bulgaria, con todo y la tijera de Manolito Negrete. El 2-1 a Irlanda en el 94 o cuatro años después el dramático empate 2-2 ante Países Bajos y, ¿qué tal el gol de Borgetti ante Italia en el mundial de Corea-Japón?
En otras categorías, me quedo con el entusiasmo de la medalla dorada en las olimpiadas de Londres 2012; el épico juego de la Sub 17 contra Alemania, y a nivel de clubes, como olvidar al Cruz Azul en la Libertadores de 2001 cuando despachó consecutivamente a River Plate, Rosario Central y nos ilusionamos por el triunfo parcial a Boca Juniors en la Bombonera. Todo iba bien hasta que los argentinos le recordaron a la Máquina Cementera que los equipos mexicanos tienen prohibido trascender.
No dudo hay técnicos y jugadores capaces de poner al Tri en el firmamento futbolero, aunque no bastan la enjundia y el corazón -como pregonaban los mundialistas del 86- o al menos sea como la primera etapa del enamoramiento cuando le echamos harto corazón y poco seso, en este caso, la falta de inteligencia para aniquilar al rival si está contra las cuerdas.
Está labrado: después de la ilusión, viene la frustración. En 1994 los búlgaros ganaron en penales; en Francia 98, Alemania fue el gato que dejó jugar al roedor antes de recetárselo. Cuatro años más tarde, se festejó una victoria antes de tiempo frente a Estados Unidos. Y por más que jueguen sus mejores partidos, Argentina los eliminó en 2006 con el improbable golazo de Maxi Rodríguez.
Después vendría el “no era penal”; las derrotas consecutivas en Rusia 2018 ante Suecia y Brasil y a partir de ahí, el punto más bajo que recuerde su servidor por lo demostrado en Qatar, con consecuencias hasta hoy.
Podríamos echar muchas culpas, incluidas a los medios de comunicación por nombrar a la selección como El equipo de todos y en el peor de los casos La marea verde. Y si hablamos de los aficionados que viven la intensidad del futbol, nos encanta vanagloriar las mínimas victorias; aunque pensándolo bien, las derrotas deportivas forman parte del ideario mexicano, salvo honrosas excepciones, sobre todo en las disciplinas individuales. Tan así, normalizamos el grito de guerra “¡sí se puede!”, surgido no por ir ganando.
Por eso y muchas cosas más, admito soy un villamelón del futbol y otros deportes cuando participan los mexicanos. No es delito hacerle de repente al José Ra o a De Valdés, como hicimos el año pasado en el mundial de beisbol, -con descalabro en la final contra Japón-. Tampoco me tachen de malinchista. No se nos olvide solo es entretenimiento y deberíamos tomarlo con calma, así como en la lucha libre en la que vemos los costalazos que provocan la catarsis del respetable, aun sabiendo quién saldrá vencedor.
En 2026 se disputará el mundial FIFA, esta vez en tres sedes, incluido México. El panorama no se vislumbra muy optimo ante la evolución de varios representativos nacionales y el estancamiento de los de por acá, pero al menos para entusiasmarnos, los seleccionados podían conmemorar los 40 años de la rolita del equipo tricolor tienen mucho corazón con una nueva versión. Chance esta vez sí sea suficiente para vencer a los rivales.
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