El teatro que se va al cine

DANIEL 1

En días pasados tuve la oportunidad de ver en el cine la nueva cinta del estadounidense Darren Aronofsky y la verdad, acudí con mínimas expectativas porque Mother!, (2017) y Noé, (2014), sus anteriores trabajos, no me convencieron. Quizá porque -admito- soy medio sangrón en estas y varias lides de la vida, pero en lo personal no me gustaron, además que palidecen ante su Réquiem por un sueño (2000) o El Luchador (2008).

Escuché y leí comentarios divididos por su obra reciente, así que nada como sacar conclusiones propias. Sin repetir y menos espoliares lo que seguramente han leído sobre el Oscar y varios premios otorgados a Brendan Fraser por su papel de Charlie en La Ballena (2022), decirles que el buen Aronofsky se reivindicó con una cinta interesante, llena de debates y frases contundentes, enmarcadas en cuestiones religiosas (“la gente que conoce a Jesús, se siente superior a los demás”) y personajes -que al igual que su director-, buscan redimirse ante sus acciones pasadas.

La película se basó en la puesta teatral del mismo nombre y, al efectuarse en una locación, los espectadores nos centramos en actuaciones y diálogos, algo que se agradece ante la abundancia de efectos especiales creados en CGI, con extraterrestres y superhéroes dándose inmisericorde hasta con la cubeta para conquistar modestamente el universo. 

Desconozco si ha sucedido a la inversa: que exceptuando musicales e infantiles, alguna creación cinematográfica ha sido adaptada al teatro, porque no me imagino que lleven Parque Jurásico a un escenario y menos al T-rex mecánico corriendo entre los pasillos del recinto. También confieso que omito mi opinión cuando se trata de comparar las puestas en escena con la adecuación a la pantalla grande, porque eso de los melodramas y comedias en vivo no se me da mucho.

Mi lista se reduce a unos cuantos entremeses, un monólogo, una visita de contrabando en mis años mozos al burlesque y una puesta de terror con La Dama de negro, basada en la novela de Susan Hill, quien puede presumir el combo completo al adaptarse su trama también para una serie televisiva, una película, y su innecesaria secuela. La cinematografía indiscutiblemente emana del teatro, de ahí los elementos que los emparentan: cuerpo actoral, escenografía, dirección, iluminación, vestuario, por citar algunas características.

A pesar de este logro artístico comprobado, son pocas las obras llevadas al séptimo arte, un número que se reduce más cuando la trama ocurre en un solo escenario, lo cual ocurre en Un dios salvaje de Roman Polanski (2011), con la historia de dos parejas que se reúnen para tratar la pelea que sostuvieron sus respectivos chamacos, desembocando en que sus modosos protagonistas saquen literalmente todo lo que traen; con un desenlace que remite a la mexicana Caridad (Fors, 1974).

Si hablamos de relatos de parejas dramaturgas devenidas al cine, no debe faltar Closer (Nichols, 2004). Como la vida misma, esta cinta es sarcástica, en ratos dramática y lo contrario; con protagonistas bellos y a la vez imperfectos, -destaca Natalie Portman, camaleónica y en estado de gracia- y quizá en eso radique el gusto o repulsión por vernos reflejados en situaciones de esta parábola cinematográfica.         

Como a guionistas, directores y espectadores nos gustan las relaciones de medias naranjas, no podemos omitir Un tranvía llamado deseo (Kazan, 1951), estelarizada por la chica que se llevó el viento, Vivien Leigh y el futuro padrino, Marlon Brando, con una trama que nos dicta que todos tenemos un costalito de carga y en algún momento nos cansaremos de llevarlo a cuestas.

Y como no todo es drama, tenemos en el plano cómico la francesa La cena de tontos (Verber). Esta obra de narración sencilla, fue llevada al cine en 1998: un grupo de amigos millonarios se reúnen cada miércoles para cenar, decidiendo una noche acompañarse cada uno de, efectivamente; un tonto. Entrañable François Pignon, el personaje secundario que en la adaptación de Hollywood fue caracterizado por Steve Carrell, lo único rescatable de este remake.

Existen varios trabajos cinematográficos que, sin serlo, bien podrían ser representaciones en vivo, como las de terror psicológico: Saw, El Juego Macabro (Wan, 2004), La Bruja (2015) y El Faro (2019) de Robert Eggers; la trilogía romántica Before (Linklater); El Ángel Exterminador de Buñuel (1962) o alguna de Peter Greenaway, todas con escenografías básicas que permiten nos centremos en actuaciones y conversaciones.

Con lo expuesto, concluí que acudiré y valoraré más las representaciones en vivo. Lo más probable es que no iré al burlesque para ver y escuchar cantar a las vedetes o chiflarle al cómico que ataviado con su playera de las Chivas arenga y alburea al respetable, porque estos espectáculos se encuentran en peligro de extinción y de los que quedan para visitar, implica hacer deporte extremo en Garibaldi a las 2 de la mañana. 

En cambio, si iré a ver puestas en escena para tener una mejor opinión al compararlas cuando sean llevadas al cine; disfrutar del vestuario, maquillaje y las historias que se desenvuelven en una locación, con diálogos con los que nos identificaremos, además del trabajo actoral, como el excelente que realizó Brendan Fraser en La Ballena y que sirva de inspiración ante los diversos disfraces que llevamos en la obra de nuestra vida.

Sus sugerencias y comentarios son bienvenidos al correo:

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Daniel Hernández Hernández


Nacido en el entonces Distrito Federal, de tránsito en Celaya, adoptado y radicado en la ciudad de Guanajuato.Licenciado en Historia por la Universidad de Guanajuato y actualmente laborando en la Casa de la Cultura Jurídica de la misma capital.El gusto por la lectura y la redacción, obtuvieron recompensa con la publicación de artículos en ediciones del Archivo del Estado de Guanajuato y el Congreso del Estado.Algunas de sus devociones son el cine, lo heterogéneo de  la música y las historias de la historia.

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