¡Pero, cuántos clichés!
Como en alguna ocasión expuse en este noble espacio de Ágora, nuestro lenguaje habitual tiene varios galicismos, palabras de origen francés incorporadas al español y de los cuales tenemos un botonario de muestras: jamón, chofer, taller, paca, popurrí, restaurante, garrote, boulevard, e incluso el vocablo mariachi tiene guiños que deriva de marriage (pronúnciese merriech), es decir, matrimonio y que alude a un grupo musical de animación en estos festejos.
Dentro de este vocabulario usamos con frecuencia el término cliché, que refiere a una onomatopeya por el sonido de una imprenta al copiar imágenes y se ocupa la palabra para definir estereotipos, en la practicidad; cuando una acción, frase e idea son usadas excesivamente. Digamos coloquialmente, lo que se chotea de tan repetido. Los clichés o estereotipos, -como quiera llamarle; ambos son válidos- van de la mano en nuestro andar cotidiano, los tenemos a la vista de todos.
En el transcurso del día, usted puede revisar los mensajes de cualquier aplicación en su celular y encontrará infinidad de imágenes de caricaturas o paisajes con los deseos para un “bonito día” y “dulces sueños”, enviados por nuestros emisores por aprecio, obligación o porque estamos en su cadena de contactos. Los clichés están en la publicidad, como las invitaciones a comprar en algún centro comercial o tiendas de ropa, donde nos tratan de vender también el éxito social y para ello nos muestran fotografías de mujeres guapas y hombres atractivos, cargando las bolsas de lo adquirido y que en la realidad si el bolsillo lo permite, después de una larga jornada de compras estaremos flacos, ojerosos y cansados, pero eso sí, con ilusiones.
Los estereotipos abarcan a la población en general. Es común que se piense que las mujeres son frágiles y sensibles, que los hombres somos fuertes e independientes y ya no digamos de las profesiones, con la visualización de abogadas vestidas impecablemente, antropólogos con peinado de coleta y arquitectos estilo Bob The Builder. Para los estándares de belleza que nos enajenan los medios de comunicación, se estereotipa para conseguir ideales, a veces inalcanzables y por consiguiente frustraciones al no ser el Daniel Craig de la colonia o la Scarlett Johanson de la oficina y miren que sí hay quienes se transforman con esto de las imitaciones.
Hace algunos ayeres, un conocido de apellido Nambo, era apodado por sus amigos como Rambo y se tomó muy en serio su rol. Comenzó a usar pantalones, colguijes y botas militares, camisetas sin mangas, cabello largo lacio, diferente a los rizos del personaje de Silvester Stallone, pero que orgulloso lo movía constantemente. Supongo que, a su alrededor, las personas éramos sus rivales como en las películas, ya que mostraba una actitud y mirada de perdonavidas. Nuestro Rambo local no piloteaba aviones, ni conducía tanques de guerra, pero su combate era diario en el asfalto, debido a que era chofer en una empresa.
La televisión, el cine y recién el streaming han contribuido bastante en los estereotipos no solo de personas, si no de lugares. Si hay una escena en Francia, lo seguro es que sea con la torre Eiffel de fondo y con mesas donde la gente degusta una bebida y un croissant. Para las escenas asiáticas, pareciera que todo es Japón por los anuncios luminosos y donde sus habitantes degustan por lo regular platillos humeantes. Si de los Estados Unidos se trata, nada como pasear en New York por Central Park y habitar en un departamento lujoso. De México veremos puestos callejeros con adornos de papel picado colgando, calles polvosas, alegorías a las calaveras y si agregamos el sonido de unas trompetas, mejor.
Son repetitivos los clichés cinematográficos, desde las comedias románticas, las cintas humorísticas, de suspenso, dramas y quizás ocurre más en las películas de acción, donde por consiguiente habrá malos contra buenos, quienes los primeros por alguna o varias razones extrañas se quieren adueñar del mundo, preguntándonos en algún momento ¿Para qué querrá eso el villano? Digo, algunos lujos que busque para él y sus acólitos serían suficientes.
Ya que tratamos a los villanos, resulta que son sicópatas que desquician hasta el más tranquilo y pierden los estribos, como el Jocker de Christopher Nolan (The dark knight, 2008) o de tan peligrosos que permanecen en celdas especiales y están amarrados de manos y pies, con bozal incluido (The silence of the lamps, 1991). Si de disparar armas se trata, resulta que los antagonistas tienen una pésima puntería, de la cual se aprovecha el héroe para despechar a sus rivales.
Para el caso de los protagonistas, resulta que al cansarse de tanto trajín, optan por el retiro en lugares paradisiacos o tranquilos, como lo vemos con el mencionado Rambo -el original, aclaro- que en su tercera película (1988) lo veremos echando talacha en un monasterio budista, pero no faltará la causa por la que salga de su vida de jubilado, porque debido a sus múltiples capacidades, no hay quien los pueda sustituir. Clichés con jefes que, en sus oficinas, aunque sean gubernamentales, siempre tendrán licoreras dispuestas a utilizarse a la menor provocación.
Podemos seguirnos con infinidad de ejemplos de estereotipos, ya sea los que vemos en los medios de comunicación y con los que hemos sido formados desde la familia y la educación, finalmente en la cotidianidad estamos inmersos en ellos. Son válidos, ya que finalmente están en todos los procesos sociales, sin tratar de confundirlos con los prejuicios, que hablando de buenos y malos, estos últimos son de carácter negativo.
Por cierto, recién fui a una sala cinematográfica para ver una película de acción que poco me agradó o quizás mis expectativas eran muy altas por la tardanza de su estreno y la primera opinión que dije a mis entrañables acompañantes fue ¡pero, cuantos clichés!
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