Cada día se asesinan 26 jóvenes en México. Los juvenicidios van en aumento y preocupan poco al gobierno federal.
La noticia que detona nuevamente el tema de los juvenicidios es la reciente masacre en Salvatierra Guanajuato, en donde 12 jóvenes fueron asesinados. Le antecede con catorce días de diferencia, el asesinato de 5 estudiantes de la Universidad Latina de México en Celaya.
La noción de juvenicidio surgió en 2012 como respuesta a los homicidios masivos de mujeres en Ciudad Juárez y al elevado número de desaparecidos y fallecidos vinculados a la guerra contra el narcotráfico. En este conflicto, los jóvenes se destacan como las principales víctimas y perpetradores.
El juvenicidio en México se manifiesta principalmente a través de violencias y muertes cada vez más cotidianas, así como mediante crímenes de Estado y la precarización de la vida de los jóvenes, quienes nos vemos empujados hacia zonas de riesgo. No obstante, el peligro primordial que enfrenta la juventud mexicana es la violencia, cuya brutalidad sugiere que la muerte no es suficiente; es necesario intensificar y dejar marcada la tortura para destacar la dominación sobre el cuerpo y la existencia. La principal causa de muerte juvenil es el homicidio doloso.
«Desde 2019 a la fecha, año con año, Guanajuato es la entidad más letal a nivel nacional. Destacando 2020, año en que el estado llegó a su máximo histórico con 3,378 carpetas de investigación por homicidio doloso y feminicidio.» (México Unido contra la delincuencia)
Datos del INEGI nos arrojan que en lo que va del 2023 ha habido un total de 2,688 homicidios dolosos y feminicidios en el estado de Guanajuato.
En 2022, el total de homicidios dolosos de jóvenes de entre 15 y 29 años fue de 1,643 casos.
No hace falta, vivir en los municipios más violentos de Guanajuato (León, Celaya, Irapuato, Salvatierra) para saber que los jóvenes nos la pensamos dos veces antes de salir al cine, a fiestas, a un café, a la escuela, al trabajo, al transporte público. Que no podemos dejar que el miedo nos paralice, ni frenar nuestras vidas hasta que un gobierno competente nos proteja. Homicidios, feminicidios, desapariciones forzadas, reclutamiento por el crimen organizado, estos delitos han recaído en los jóvenes, a los que nos llaman “el futuro de México”: estudiantes, emprendedores y trabajadores. Somos los que más hemos padecido la ineptitud de una fiscalía que desde hace 12 años, no resuelve.
Sueños se han truncado, proyectos de vida quedan a la mitad, la fuga de cerebros es cada vez más un anhelo que una preocupación por el gobierno. Somos un sector vulnerable que sobrevive y que pese al desolador panorama, está buscando oportunidades para salir adelante.
Sé que hablo por las y los jóvenes cuando digo que estamos cansados de la indignación robotizada y de las mismas declaraciones de siempre: “Lamentamos los hechos. Estamos investigando”. Eso jamás nos devuelve la calma ni la certidumbre de nuestros próximos días. Delegar las responsabilidades del gobierno federal para atender los temas de seguridad del país a la fiscalía de Guanajuato, encabezada por Zamarripa, en frases como “Eran consumidores de droga”, muestra la normalización de la violencia en Guanajuato. Y que al presidente, Andrés Manuel López Obrador, le importamos poco.
Ahora en temporada de precampañas electorales es cuando los precandidatos y precandidatas a cualquier puesto de poder nos deben plantear a nosotros, los jóvenes, la mayoría del padrón electoral, la garantía de seguridad para poder estudiar, crecer, emprender y trabajar en Guanajuato.
Y nosotros los jóvenes, les debemos exigir en cada momento, más y mejores oportunidades que favorezcan nuestro desarrollo profesional y que nos reduzcan las posibilidades de ser un número más en las estadísticas de mortalidad.
Eduardo Galeano en su libro Los hijos de los días escribió: “Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir”.
Que mañana no sea otro nombre de hoy
En el año 2011, miles de jóvenes, despojados de sus tasas y sus empleos, ocuparon las plazas y las calles de varias ciudades de España.
Y la indignación se difundió.
La buena salud resultó más contagiosa que las pestes,
y las voces de los indignados atravesaron las fronteras dibujadas en los mapas.
Así resonaron en el mundo:
Nos dijeron “¡a la puta calle!”, y aquí estamos.
Apaga la tele y enciende la calle.
La llaman crisis, pero es estafa.
No falta dinero: sobran ladrones.
Los mercados gobiernan. Yo no los voté.
Ellos toman decisiones por nosotros, sin nosotros.
Se alquila esclavo económico.
Estoy buscando mis derechos. ¿Alguien los ha visto?
Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir.