Bueno para echar carrilla, malo para aguantarla

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Bueno para echar carrilla, malo para aguantarla


Si algo nos caracteriza a los mexicanos es encontrarle gracia a cualquier situación. No es algo propio de nuestro país, pero es singular el humor sin importar el estrato económico y social de la persona y pocos o nadie nos salvamos a lo que coloquialmente definimos como echar carrilla o que nos echen carrilla, es decir bromear sobre alguien ya sea por una acción, un apodo acorde a características físicas o de nombre y que nos acompañan por un momento o por el resto de nuestras vidas, ya sean sencillos o algunos con bastante ingenio, pero siempre con una dosis de sarcasmo y burla.

Los apodos no es una costumbre reciente, ya que se utilizan autoproclamados o adquiridos por otros para definir a algún personaje y la historia universal ha visto a Juana I de Castilla la Loca, un Pedro I de Rusia el Grande y de la misma nación a Iván IV el Terrible, por citar algunos. México también se ha caracterizado por los sobrenombres, pero más enfocados a eso que decimos carrilla, connotación que data de un siglo aproximadamente debido a las carrilleras o cinturones con balas de los revolucionarios, cuando al enemigo para aniquilarlo se decía “échale toda la carrilla”, por lo que finalmente su origen es denostar o acabar con un enemigo.

Debo decir que el tema de mi entrega quincenal a este informativo Ágora trataría sobre intentos frustrados y magnicidios en México, pero platicando con una entrañable persona, me comentaba que si el mundo es violento y se traduce en las agresiones y muertes que vemos continuamente, podría tratar algo más positivo. Obediente que es uno, opté por un contenido ya no de los asesinatos, sino del humor voluntario e involuntario de los apodos y carrillas a quienes han detentado, quieren y tienen el poder en nuestro país, es decir todo lo contrario a mi idea inicial.

Conocemos poco de los apodos de políticos, héroes o presidentes del siglo veinte hacía atrás y la historia oficial les ha dado varios que rayan en lo pretencioso o bien ellos mismos se los adjudicaron. Miguel Hidalgo dudamos que se haya proclamado el Padre de la Patria, pero creo que si lo hubiera sabido portaría orgulloso el mote. Caso distinto el de José María Teclo Morelos y Pavón, quien contundentemente se nombró Servidor de la Nación y de ahí a la posteridad. También con cierta modestia y pomposidad, Porfirio Díaz era conocido o hizo que lo conocieran como el Héroe del 2 de abril, ya que siendo General del ejército derrotó a sus rivales franceses en Puebla en 1867.

Referente indudable para los magnicidios iba a citar a Francisco I Madero, pero ahora diremos que con su estatura de 1.48 m era conocido como el Presidente Pingüica al ser una planta que no crece mucho. Víctima de otro magnicidio fue Álvaro Obregón, quien recibió diversos motes, como el Manco de Celaya debido a la pérdida de su brazo que no ocurrió en la ciudad cajetera, sino en la Hacienda de Santa Ana del Conde en León Guanajuato, en el episodio de la historia conocido como las batallas de Celaya o del Bajío en 1915. Hombre conocido por sus bromas a los demás, las enfatizaba también para sí mismo. Entre varias decía que era el indicado como presidente, ya que al tener solo una mano, podía robar la mitad que los demás. Por ello también fue llamado el Quince uñas.

Los rivales políticos y la contundente vox populi no perdonan eso de la carrilla y los apodos, que con su ingenio son sin duda mejores que los autoproclamados. Solo recuerde o vea amable lector, los adjudicados a los ex presidentes Luis Echeverría Álvarez, de quien se decía que la entonces residencia oficial de los Pinos era la casa de los sustos, ya que la rondaba el hombre sin cabeza. Su sucesor José López Portillo era conocido como el Tractor, porque había remplazado a un buey, aunque después se convirtió en el Perro, porque decía que como cánido iba a defender el peso. El mote a Ernesto Zedillo de León también fue épico, el Snoopy, por ser la mascota de Charlie, de Carlos Salinas de Gortari.

Aclaro que soy apartidista, no promulgo con movimiento político alguno y quizás pretendiendo esa imparcialidad disfruto de los motes sin importar a quienes se los dediquen. En días pasados, Andrés Manuel López Obrador dijo que en más de cien años nunca se había insultado tanto al presidente de la república. Quizás recordó entre muchos comentarios adversos a su gobierno, que también le dicen el Cacas por haber dicho la frase, palabras más, palabras menos “fuchi, caca a la corrupción”. Solo habría de recordarle a nuestro mandatario que a Vicente Fox lo bautizó como Chachalaca, eso sí, dicho con todo respeto. También puso el ternura sobrenombre Ricky Riquín Canallín al entonces candidato Ricardo Anaya y a Felipe Calderón le enjaretó el de Comandante Borolas. Digamos que el que se lleva se aguanta.

Y ya que mencioné a Vicente Fox Quezada, se le reconoce su apertura para recibir carrilla. Cuando fue presidente había programas televisivos como La Parodia, segmentos de Los Hechos de Peluche o al buen cómico Andrés Bustamante, quienes lo imitaban sin censura. No obstante a Felipe Calderón no le gustaba la carrilla y en su mandato fueron prohibidas sus caracterizaciones, justificando los cómicos que “era difícil imitarlo”. Esto fue secundado por Enrique Peña Nieto y nuestro actual mandatario, pero que por fortuna existen caricaturistas en diversos medios y eso llamado las benditas redes sociales, que ante cualquier comentario o movimiento en falso de los políticos, son embestidos sin misericordia.

Finalmente estamos en nuestro México lindo y querido y no estamos exentos de los apodos y carrilla, a pesar que hay quienes no la toleran y es válido, siempre y cuando no la fomenten hacía otros. Desde mi sencilla tribuna, debo decir que tengo tres apodos y continuamente me despachan y despacho carrilla, es bueno reírse de uno mismo. Y Usted amable lector ¿Es bueno para echar carrilla y aguanta su rigor o es malo para aceptarla?

Sus comentarios y sugerencias son bienvenidas al correo

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FECHA DE PUBLICACIÓN: 05/08/2020

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