El idioma es de los hablantes. La sociedad lo construye a partir de sus condiciones de vida. Y, por supuesto, entre más variedad de grupos diferenciados presente una sociedad, mayor número de alternativas habrá. Es decir, el lenguaje responde a la cotidianidad del individuo; es una respuesta directa del ambiente. De ahí que sea muy poco probable que el llamado lenguaje culto (clasificación con tintes sectarios) esté en todas las clases sociales o que el albur, en contraparte, sea dominado por grupos de élite (casos aislados sí se dan, pero no pertenecen a la generalidad, sino al interés individual por lo distinto). Lo mismo pasa con el lenguaje científico. Si la ciencia no es actividad generalizada, su vocabulario estará restringido a grupos por especialidad. Los lenguajes, estilos, giros y significados pertenecen a grupos específicos por tener vidas cotidianas distintas.
Esta es una de las razones por la que cuando un vocablo aparece en sociedad para satisfacer una necesidad específica y refleja un aproximado de la de otros grupos sociales, es adoptado en general. Sin embargo, su matiz original se trastoca; la sociedad lo va matizando y termina con otro sentido.
Así lo demuestra la historia. Los hablantes rebasan a los gramáticos o a cualquier grupo social que pretenda imponer su concepción, por mucho que le asista la razón. Casos concretos son voces como huésped y nimio. Ambos vocablos terminaron por reflejar sentidos opuestos a sus significados originales.
Huésped, define el diccionario oficial, es: 1. Persona alojada en casa ajena. 2. Persona alojada en un establecimiento de hostelería. 3. Vegetal o animal en cuyo cuerpo se aloja un parásito. 4. Mesonero o amo de posada. 5. Persona que hospeda en su casa a otra.
Comparadas las definiciones 1 y 2 frente a las 4 y 5, resulta que tanto quien recibe como quien llega pueden ser llamado huésped. Sin embargo, en biología y medicina el organismo receptor es el huésped. En la práctica cotidiana ya nadie usa esta palabra en ese sentido; nadie aplica huésped para referirse a un anfitrión.
Lo mismo sucede para nimio. El propio diccionario oficial señala de esta palabra «Del latín nimĭus, excesivo, abundante (…); pero fue también mal interpretada la palabra y recibió acepciones de significado contrario».
En los dos casos anteriores el uso social se impuso a su origen. Ahora, hay palabras que se encuentran en esa transición. Es decir, que en un momento determinado se le asigna múltiples significados y algunos de ellos contrarios. Veamos la palabra madre en México. Despojada del sentido propio del sustantivo (madre o progenitora), en nuestro país se aplica como adjetivo, esto es, para calificar algo. En algunas frases preestablecidas le asignamos sentido de grandeza («está a toda madre») y en otras de pequeñez («era una madre lo que me sirvieron de comer»). Con el paso de los siglos, seguramente se decantará por uno en concreto (el que mejor satisfaga a la sociedad en su conjunto), como ha sucedido con los dos vocablos presentados al inicio de este texto.
Es decir, el lenguaje es tan caprichoso como la sociedad.