“Y tú… ¿cuánto amaste?”
Entre Francia y España hay una cadena de montañas. En una de esas montañas, hay una aldea llamada Argelés. En esa aldea, hay una ladera que lleva hasta el valle.
Todas las tardes, un anciano sube y baja esa ladera. Cuando el viajero fue a Argelés por primera vez, no se fijó en nada. La segunda vez vio que se cruzaba con un hombre. Y cada vez que iba a aquella aldea, se fijaba en más detalles, la ropa, la boina, el bastón, las gafas. Hoy en día, siempre que piensa en la aldea, también piensa en el viejecito, aunque él no lo sepa.
El viajero conversó con él en una única ocasión. A modo de broma, le preguntó:
-¿Cree que Dios vive en estas montañas que nos rodean?
-Dios vive –respondió el viejecito- en los lugares en los que lo dejan entrar.
Paulo Coelho –Maktub-
En un sinfín de ocasiones cuando el ser humano se muestra ante los demás como ese “homo social”, que presume ser, hay un dicho popular que sale a relucir… “en momentos de reunión no debe hablarse ni de religión, futbol, ni política”… y en verdad, es algo muy cierto, ya que al hablar de estos temas es hablar de subjetivismo, percepción, tradiciones familiares, secretos, dolores… donde todo es tan relativo, donde cada quien hablará de cómo le fue en la feria.
Uno de los temas tabú -haciendo el sexo a un lado, en esta ocasión- es hablar de Dios. Dato curioso, pero la gran mayoría no quiere saber nada de Él, aunque muy internamente –sobre todo en las necesidades y vicisitudes angustiantes de la vida- se tenga necesidad y se recurra a Él, independientemente del nombre o representación que tenga.
Hoy, para no entrar en mayores conflictos, no le pondremos ningún nombre a ese “ser superior” denominado “Dios”. Hablaremos únicamente de aquellos atributos o rasgos que caracterizan a las personas que se hacen llamar seguidores, hijos, fieles seguidores de esta “divinidad”.
La persona que es “portadora” de lo divino, de esa energía espiritual, es una persona o agente que se caracteriza por su sabiduría, fe, esperanza, caridad y mucha tolerancia a las diferencias del otro… es una persona total y plenamente humana –consciente de su humanidad-, que vive cada día, cada acontecimiento con una mirada de fe, con esa capacidad de mirar “más allá” del fenómeno, de lo que se muestra ante los ojos humanos, a pesar de las contrariedades de la misma vida.
Dios habita siempre y en todo lugar… sube y baja, habla y guarda silencio, llora y ríe con nosotros, es tan ordinario que no le creemos cuando se nos manifiesta, cuando nos habla, cuando toca a nuestra puerta y no lo queremos reconocer. Así como lo platica Paulo Coelho en su relato, es necesario observar, poner atención a las señales del camino, de la vida, del día tras día, ya que ahí, en lo simple, sencillo, es donde Él habita… tan cercano que pasa desapercibido.
A todos nos ha tocado en alguna ocasión, ir molestos a un viaje y dicho enojo nos impide disfrutar de la travesía, de los lugares y personas. Lo mismo acontece cuando hablamos de la divinidad. En el viaje de la vida Él siempre nos acompaña, siempre está presente, pero por motivos personales, “nos impedimos” a nosotros mismos poder verlo, saborearlo, contemplarlo… en la naturaleza, en los acontecimientos diarios, en las personas que se acercan a nosotros y hablan su lenguaje: el lenguaje del AMOR.
Tenga o no tenga nombre Dios o esa fuerza divina, esa energía, esa fuerza espiritual, sin duda alguna yace en cada uno de nosotros como regalo de vida. Dicha fuerza o energía es la que nos impulsa a hacer el bien incansablemente… es la que nos impulsa a amar a pesar de haber sido traicionados… es la que nos permite colocarnos los “anteojos de un mundo nuevo” a pesar de tanta incomprensión, odio y desesperanza que vivimos día a día… es la palabra correcta, la escucha atenta que prestamos en ese momento preciso lo cual permite que el otro siga creciendo, creyendo, luchando por ser una mejor persona que ayer.
Dejemos a un lado las ideas o moldes, figuras, arquetipos puestos a la “energía espiritual” que todos podemos experimentar… por nuestro bien y el de los demás, dejémoslos a un lado, que más que unirnos, nos separan, que más que promover el amor se encargan de engendrar odio y confusión, sentimientos “mesiánicos” y de raza superior.
Hoy optemos por buscar las uniones, conexiones, similitudes que tenemos todos aquellos que creemos en ese Ser superior, divino, en esa fuerza creadora y renovadora… creamos que el único bien capaz de permitirnos hacer crecer es el AMOR y… el AUTOCONOCIMIENTO, conocimiento que nos llevará a considerarnos y vivir como ese “ens amans” (ente que ama) del que hablaba Max Scheler.
Despreocúpate si el día de mañana habrá un “juicio final” o no, si los “justos” serán raptados por misericordia divina y sólo nos quedaremos los “pecadores”, si todos sucumbiremos ante el tan profetizado “Armagedón”… que dichos temores no te impidan vivir al máximo, como si cada día fuera el primero, como si cada día fuera el último. Si en verdad quieres preocuparte… preocúpate por “¿cuánto has amado?”, “¿cuánto te has conocido como ser único e irrepetible?”
Imagínate que la única pregunta que retumbará en tu conciencia, la única pregunta que valdrá la pena hacerte sea… ¿cuánto amaste?… ¿cuánto bien has hecho?
¿Qué responderías el día de hoy a tales cuestionamientos existenciales?
Discúlpame, pero el amar y hacer el bien no es propio de las religiones, de creer en una divinidad específica, no, sino que forma parte del maravilloso hecho de vivir y aplicar aquello que nos fue dado, esa capacidad intrínseca para poder hacer el bien, construir, restaurar, reparar, levantar, orientar, abrazar, consolar, comprender, compartir, sonreír, aplaudir, reconocer… todo aquello para lo cual fuiste creado desde el principio de la historia.
Así que, dejemos a un lado la religiosidad que tanto nos divide, optemos por unirnos a través del Amor, el Autoconocimiento y la práctica del Bien… es momento de trascender la religiosidad por medio de la espiritualidad.