¡Voto por voto, recuadro por recuadro!

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Recién vi la cinta La venganza se sirve con plumas (Park, 2024) y confieso tuve una sonrisa por varios días al recordar la creativa trama con excelente animación. Mi risa se borró cuando recordé que el reciente premio Oscar a Mejor Película Animada lo ganó el insípido gato Flow (Zilbalodis, 2024). Lo primero que se me ocurrió fue emular al López Obrador de 2006 y hacerla de tos a la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas al grito de ¡voto por voto, recuadro por recuadro! ante mi inconformidad por el galardón.

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El tabasqueño reclamó ante el Tribunal Electoral un recuento de boletas, una por una ante el fraude pregonado. Mi petición sería que el jurado del Oscar claudicara, viera cada recuadro, cada movimiento de las cintas mencionadas para revertir su veredicto, o en su defecto, contara voto por voto. Enfriado el asunto, pensé que mi desagrado quizá sea porque no soy muy afín a los gatos, con el extra de un Flow de poca gracia. Caso contrario con los perros, con Gromit siempre encantador, además de mi predilección por el stop motion.

Su técnica consiste en grabar objetos y personajes sin movimiento, de los cuales sus creadores se encargarán de modificar rostros y acciones casi milimétricamente para fotografiarlos uno por uno. En el momento de edición, se reproducen las imágenes a alta velocidad, generando la activación; un recurso tan antiguo como la industria cinematográfica.

El primer filme registrado con esta cualidad le corresponde a El circo de Humpty Dumpty, un corto de 1898 de la autoría del estadounidense James Stuart, realizada con juguetes. A pesar de ser un producto hollywoodense, en la meca del cine no tuvo el éxito esperado, y más bien se usó la técnica para complementar escenas, como veremos más adelante. En Europa fue contrario el efecto y se realizaron distintos cortos por demás creativos, con el uso de inconcebibles objetos.

Juguetes o utensilios de cocina fueron los primeros protagonistas del stop motion, pero hubo una opción revolucionaria. El ruso Ladislaw Starewicz, director de un museo de historia natural, hacía documentales de animales, y al verse imposibilitado de grabar una pelea entre escarabajos, optó por insectos muertos a los que agregó extremidades de alambre con el fin de crear efectos de movimiento. Su contribución de usar metal en las articulaciones de figuras continúa vigente; de igual forma, la trama de su cinta de 1912, La venganza del camarógrafo, mostró que el recuadro por recuadro no solo se enfocaría al público infantil. https://www.youtube.com/watch?v=b3BQ_y1-Tno

El cine estadounidense retomó la técnica y la mezcló con escenas reales. Las maquetas fueron el medio para sustentar los efectos especiales, como se vio en El mundo perdido (Hoyt, 1925) y King Kong (Cooper,1933), cine de fantasía con auge en la mitad del siglo XX. Monstruos y seres mitológicos fascinaron al público y productores por los aportes de Ray Harryhausen, (https://www.youtube.com/watch?v=MVQfXO5DkHQ)  considerado la máxima autoridad en estos menesteres. Pixar le rindió un breve homenaje en Monsters Inc. (Docter, 2001), por el restaurant de sushi que lleva el apellido del cineasta.

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El recuadro por recuadro siguió como auxiliar de películas reconocidas, como la primera trilogía de Star Wars, pero no había filmes completos. Quienes fuimos chamacos en los ya lejanos setenta y ochenta, la única oferta de animación fueron las caricaturizadas, sobre todo las de Disney, y a pesar de que había trabajos del viejo continente, no eran comerciales, más bien lúgubres; una situación excelentemente parodiada en Los Simpsons. 

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Los noventa trajeron el uso de equipos de cómputo para sustituir este recurso o hacerlo novedoso, ejemplificado en dos obras hoy clásicas: Parque Jurásico (Spielberg, 1993) y Toy Story (Lasseter, 1995). Sin embargo, contradictoriamente por su aparente y rudimentaria realización, el stop motion salió de su tumba para dejarnos igual un par de trabajos conmemorativos: El extraño mundo de Jack (1993), y Jim y el durazno gigante (1996), ambas del director Henry Selick, infravaloradas en su momento y emparentadas por otro rasgo.

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Detrás de los proyectos se encontraba Tim Burton, admirador del legado de Harryhausen y de temáticas bizarras, -pasteurizado en los últimos años-. Por contratos adquiridos, solo pudo dar la historia y producir las películas arriba citadas. Su creatividad en el género dio rienda suelta en El cadáver de la novia (2005), la cual produjo, dirigió y otorgó el guion ¿Deberíamos de agradecer al señor Burton por promover y comercializar esta técnica? La respuesta es afirmativa.  

Casi en la misma temporalidad, en coproducción suiza-inglesa nació Pingu, la entrañable serie de animales antárticos. También resurgió la productora inglesa Aarman con Un día de campo en la luna (Park, 1989), protagonizada por los ya mencionados Wallace y Gromit. La compañía más tarde realizó Shaun el cordero, transmitida en serie al igual que Pingu por Canal Once cuando la programación de la televisora estatal valía la pena. La consolidación de Aarman sería con Pollitos en fuga (2000) y Shaun, la película (2015).

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Las primeras dos décadas del dos mil fue el apogeo del stop motion, destacando Pánico en la granja (Aubier, 2009), Coraline (Selick, 2009), ParaNorman (Fell, 2012, y Kubo (Knigth, 2016), por citar algunos proyectos. Cineastas de prestigio como Wes Anderson aprovecharon el recurso en El fantástico señor Zorro (2009), e Isla de perros (2018). En la actualidad, las producciones con esta animación son a cuentagotas, por lo que se agradecen los asomos con Pinocho (del Toro, 2022), la secuela de Pollitos en fuga (Fell, 2023) y la oscura Memorias de un caracol (Elliot, 2024).

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Por lo expuesto y mi predilección, quise mostrar mi desacuerdo por la omisión al Oscar a una cinta en stop motion al son de ¡voto por voto, recuadro por recuadro!, pero analicé algunos aspectos: que toda elección es polémica y habrá inconformidades, que rara vez confío en los premios Oscar, y por último, el papelazo de ridiculez que haría ante mi plantón. Mejor retomo mi sonrisa y aprovecharé mi asueto para ver de nuevo La venganza se sirve con plumas. Buen provecho.

Sus sugerencias y comentarios son bienvenidos al correo:

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Daniel Hernández Hernández


Nacido en el entonces Distrito Federal, de tránsito en Celaya, adoptado y radicado en la ciudad de Guanajuato.Licenciado en Historia por la Universidad de Guanajuato y actualmente laborando en la Casa de la Cultura Jurídica de la misma capital.El gusto por la lectura y la redacción, obtuvieron recompensa con la publicación de artículos en ediciones del Archivo del Estado de Guanajuato y el Congreso del Estado.Algunas de sus devociones son el cine, lo heterogéneo de  la música y las historias de la historia.

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