En estos días salieron varias notas sobre el derrumbe del inmueble que albergó El Patio, alguna vez el centro de espectáculos más famoso del país ubicado en la calle Atenas número 9, frente de la Secretaría de Gobernación, en la Ciudad de México. Para las generaciones de los noventa a la fecha, quizá desconozcan la importancia de este centro nocturno en la cultura popular mexicana. También es probable tienen poca idea de este modelo de diversión caduco desde hace tiempo. Para los demás, es casi seguro conocimos del lugar por los promocionales televisivos y con suerte, habrá quien haya entrado.
Hace 8 años paseé por esa zona y… Perdón, rectifico: hace 8 años hice deporte extremo por esa zona cuando esquivé a profesores en plantón madreándose entre ellos y otros más, haciendo sus necesidades fisiológicas sin pudor. También eludí a honorables muchachones que peligrosamente me cercaban buscando les cooperara pa´l activo. Finalmente, llegué al exterior del icónico edificio con su marquesina bien conservada, enmarcada en una fachada con un dejo de nostalgia, pero también algo sombría asociada a su pasado.
Hace apenas unas décadas la vida trasnochadora en las ciudades mexicanas era dinámica e intensa. Con mínimos problemas de inseguridad, la gente de todos los estratos sociales podía disfrutar funciones del cine de medianoche, asistir a espectáculos en vivo en carpas, teatros o lugares donde podían degustar suntuosas cenas, beber el brandy de su preferencia y ya entonados, disfrutar el show de la vedete Olga Breskin, escuchar las baladas de José José y acabar la jornada de diversión alrededor de las 4 de la mañana. Un ejemplo de esos recintos fue El Patio.
Inaugurado en 1938 por Emilio Azcárraga Vidaurreta, dueño de los Estudios Churubusco, la XEW y Telesistema Mexicano; El Patio Andaluz -su nombre original- se convirtió en el eje nocturnal de la capital del país, junto con El Capri, El Waikiki y otros prestigiosos sitios donde se presentaron en diferentes momentos Pedro Infante, Agustín Lara, Pedro Vargas, Angélica María, Tin Tán y otros artistas venidos de las empresas de Azcárraga. A cuentagotas llegaban los internacionales Edith Piaf, Ray Charles y The Platters, que tuvieron entre su público a María Félix, Mario Moreno Cantinflas y Frida Kalho, que según vemos, padecía amnesia al olvidarse por momentos de su inclinación socialista. En 1969 el negocio fue vendido, pero de muchas maneras el fantasma Azcárraga y su descendencia acecharon al lujoso local.
Emilio Azcárraga Milmo, hijo del empresario, consolidó el entretenimiento con Televisa -antes Telesistema Mexicano-cuando se hizo cargo del emporio en 1971. Milmo nos dictó a través de su industria lo que debíamos escuchar y ver, sin importar nuestra condición económica. Para los habitantes con billete en el entonces Distrito Federal, los centros nocturnos se copaban de mujeres enfundadas en joyas y pieles, acompañadas de hombres con relojes suntuosos y ropa fina.
Para las colonias con poco poder adquisitivo y a la mal llamada provincia, la opción de ver a Juan Gabriel, Raphael y Lupita D´Alessio era a través de los programas Siempre en domingo y similares. Digamos era lo mismo, pero más barato. Ante el monopolio, tampoco había muchas opciones en el menú. La televisora estatal no fue competencia al ofrecer trovadores y boleristas de franca flojera.
El rock fue negocio para Televisa por un tiempo hasta el Festival de Avándaro, organizado entre otros por Luis de Llano, el mismo que después auspiciaría a Timbiriche. Por el veto gubernamental después del evento, las pocas agrupaciones se refugiaron en el subterráneo y sus seguidores fueron parodiados. Primero en Los Polivoces, con el personaje Armándaro Valle de Bravo y después Héctor Suárez hizo lo propio con El Flanagan en ¿Qué nos pasa? https://www.youtube.com/watch?v=3ditknPJOY4 en clara denostación a la juventud no alienada a los productos del emporio ¿Repercutió el confinamiento? Pueden preguntarle a una tía si sigue pensando que quienes portan tatuajes, cabello largo o colorido y escuchan rock son marihuanos y pendencieros.
La salvación al oscurantismo Azcárraga llegó en el sexenio del presidente más neoliberal en nuestro país. La compañía OCESA se fundó en 1990, justo en la apertura comercial del mandato de Carlos Salinas de Gortari. La empresa tuvo la visión de traer grupos y solistas internacionales con las adecuadas medidas en la organización de conciertos masivos. Se adecuaron el Auditorio Nacional y el Palacio de los Deportes para recibir a INXS, Diana Ross, Billy Joel, Sting y otros cuyas presentaciones no tenían nada que ver con las ofrecidas en los centros nocturnos, decadentes desde el temblor de 1985.
Derrumbados unos, como El Capri y otros cerrados por la situación económica y creciente inseguridad, los espectáculos se diversificaron y El Patio entró a terapia intensiva. Televisa recordó la frase de renovarse o morir y entró a la competencia de conciertos cuando trajo a Elton John al Estadio Azteca en 1992 y a Michael Jackson un año más tarde en el mismo recinto, pero lo suyo eran otros negocios y terminaron asociándose con OCESA.
El Patio no pudo sobrevivir y cerró sus puertas en 1994. La zona, antes virtuosa con el Cine Bucareli a la vuelta, cafeterías y otras atracciones, cayó en decadencia ante el abandono, convirtiéndose en zona de gente en situación de calle y los constantes plantones frente a la Secretaría de Gobernación -incluidos profesores madreándose entre ellos- que hoy siguen restringiendo el paso peatonal y vehicular, con la consabida afectación a los comercios de la zona.
El monopolio agonizaba y tuvo su epitafio en 1997 con la muerte de Emilio Azcárraga Milmo, y un año después, con la última transmisión de Siempre en Domingo. Los artistas emanados de Televisa continuaron presentándose en sus programas de variedades y para disfrutarlos en vivo, ya no fue en recintos con poco aforo, sino en auditorios y estadios, como ocurre sanamente en la actualidad.
Con el derrumbe de El Patio, han salido muchos comentarios relacionados con la nostalgia por el icónico lugar, una suerte que adolecen los edificios abandonados y el nulo interés por rescatarlos. Desde otra perspectiva, el otrora centro nocturno era sombrío, pero no por su aspecto, sino por simbolizar el momento limitado y exclusivo en los espectáculos de nuestro país.
Sus sugerencias y comentarios son bienvenidos al correo: