Felicidad en la tercera edad

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Hace unos días nos enteramos de la muerte a los 109 años de María Salud Ramírez Caballero, es decir, la inspiración para el personaje Coco en la película del mismo nombre y a decir de sus familiares que querían sacar billete mediante demandas a Disney, la señora Ramírez pasó sus últimos días felices y ni enterada de problemas legales.

Con seguridad, nunca se imaginó que la fama le iba a llegar pasada la centuria y menos que la visitaran en su domicilio en Santa Fe de la Laguna, Michoacán para la selfie y platicar amenamente con sus interlocutores, porque, salvo excepciones, a las personas nos agrada la convivencia y sentirnos valorados, como ocurrió con Mamá Coco original.

Referimos a la tercera edad por clasificaciones antropológicas. La primera, corresponde a la infancia y adolescencia; la segunda, va de la post adolescencia a la etapa adulta y madura -y si, la mayoría conocemos adultos que nomás no maduran- y la tercera varía según el país, siendo por estos rumbos a partir de los 60 años, así que, echando cuentas, puede ser el tramo final de vida más extenso con el beneficio de la acumulación de experiencias.

Desde la niñez nos acompañan personas con edad avanzada para platicarnos sus vivencias a manera de enseñanza, las cuales replicamos o evitamos; además de anécdotas agradables y, si le agregamos un apapacho, los momentos para las dos partes se vuelven placenteros. Aunque hay ancianas y ancianos maloras, y de tiernos solo tienen el tuétano.

Si hubo momentos de terror cuando su servidor era chamaco, estos fueron provocados en gran medida por Cuernitos, una anciana que emulaba -pienso- involuntariamente, a Gene Simons de Kiss mostrando su lengua, haciendo gestos, la señal de los cuernos con sus dedos y corretear al infante que tuviera la osadía de pasar por sus terruños. Cuernitos nunca sacó sangre y fuego por la boca, de lo contrario mi trauma sería mayor.

En otro caso, había un anciano al que apodábamos El Tío Rosqueta, porque se comportaba ídem al hablarnos con un lenguaje bastante soez y aventarnos piedras solo porque no lo saludábamos. Desconozco si estos personajes eran felices al cometer sus maldades, empero a más de uno nos dejaron secuelas, incluyendo un amigo descalabrado por este gentleman de 90 años.

La fuerza de las personas mencionadas podría obedecer a los avances de la medicina actual que permite la prolongación de vida, pero la resistencia humana siempre ha existido aun con diferencias sociales y geográficas, como datan investigaciones que no están exentas de la polémica ante la ausencia de INEGIS de la época.

Se menciona que la media de vida en la antigüedad era de los 30 a los 40 años; sin embargo, sobran ejemplos de filósofos, mandatarios y población en general que tuvieron sus mejores momentos después de los 60, como lo ejemplifica el escritor romano Plinio con un “Cónsul de 100, una actriz de 105 y una mujer de 115 años; todos sanos y felices”. Incluso hay periodos donde la población senil tuvo mejores esperanzas de vida.

En el siglo XIV con el azote europeo por la peste bubónica, ancianas y ancianos se vieron beneficiados por una enfermedad que disminuyó a los demás sectores poblacionales, propiciando que estuvieran al cargo del núcleo familiar. Lo que ignoramos, es si estaban contentos con las encomiendas, ya que tampoco había medidores de felicidad como sucede hoy en nuestro país.

Existen mitos sobre lo benigno que era la vida para las personas ancianas en siglos pasados y el imaginario con gente que los rodean y tratan con respeto y veneración; situación que no siempre ocurrió porque eran relegadas e incluso abandonadas hasta la muerte al no contribuir al desarrollo social.

Antes como ahora, los recursos económicos influyen en el cuidado preferencial al sector poblacional aquí tratado. En el Medievo, se les consideró dentro de los grupos de enfermos y desvalidos para protegerlos, con la salvedad que, si tenían chelín, podían resguardarse en monasterios religiosos y los que no, invocar al santo de su devoción ante la barbaridad de la época. Nulamente podían agarrar garrote o espada para despachar rivales, como lo muestra la industria cinematográfica.

Ya que tratamos del cine y la brutalidad, pero trasladada a la vejez actual, hay trabajos contundentes en temáticas sobre la persona que nos acompañó toda la vida (Amour, Haneke, 2013); la triste desconexión con la realidad (The Father, Zeller, 2021), y la obsesión por saldar cuentas (Remember, Egoyan, 2015), cintas que nos llevan no de las manos, sino de las orejas a la reflexión.

Por otro lado, están las películas con protagonistas ancianos que nos enseñan que no hay edad para hacer virajes en nuestros planes (Up, Docter, 2009); que en cualquier momento podemos modificar relaciones interpersonales (Driving Miss Daisy, Beresford, 1989), y que los últimos días pueden ser reflexionados con humor (Lucky, Carroll Lynch, 2019).

Con lo expuesto y más por escribir, es un hecho que poco se ha modificado el trato y las condiciones de vida a las personas con edad avanzada. Es cierto, recién existen leyes y programas en el orbe que, en teoría las benefician, pero son servicios para enfrentar una realidad donde la natalidad es menor, las familias se han modificado y nos enfrentamos a una sociedad que, con todo y mano de obra, envejece rápidamente.

Cita el refrán: “Como te ves, me vi y como me ves, te verás”, con dedicatoria a los que no hemos llegado al sexto escalón; palabras que no precisamente las dijo Clint Eastwood para ser abuelos galanes, sino una consigna para tener empatía con una población muchas veces segregada y olvidada.

Sé lo que les digo: no solo hay una Cuernitos bravucona o un Tío Rosqueta gandalla en nuestro entorno; por donde volteemos todos tenemos una Mary, Carmela, Maru, Feli, Gloria; un Mane, Juanito, Toño y demás, que antecedemos su nombre y alías respetuosamente con una Doña o un Don, quienes al igual que Mamá Coco, merecen cuidados, convivencia y sentirse valorados para una tercera edad con felicidad.

Sus sugerencias y comentarios son bienvenidos al correo:

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Daniel Hernández Hernández


Nacido en el entonces Distrito Federal, de tránsito en Celaya, adoptado y radicado en la ciudad de Guanajuato.Licenciado en Historia por la Universidad de Guanajuato y actualmente laborando en la Casa de la Cultura Jurídica de la misma capital.El gusto por la lectura y la redacción, obtuvieron recompensa con la publicación de artículos en ediciones del Archivo del Estado de Guanajuato y el Congreso del Estado.Algunas de sus devociones son el cine, lo heterogéneo de  la música y las historias de la historia.

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