Así es, damas y caballeros, si las condiciones lo permiten, se espera que en diciembre los estadios BBVA de Monterrey y Azteca en la Ciudad de México vibren con la visita de Bad Bunny, quizás el máximo exponente del reguetón, según lo avalan varios premios y que la plataforma Spotify lo nombrara “el artista más escuchado por dos años consecutivos”. La noticia y la consiguiente demanda de boletos para sus conciertos, ha ocasionado infinidad de opiniones en contra y a favor del puertorriqueño y lo que sí es seguro, es que provocará un perreo masivo.
Confieso que no soy un conocedor reguetonero, pero me imagino que como muchos de ustedes y sin saberlo en el momento, hace treinta años alzábamos la mano si la estábamos gozando, como nos lo indicaba El General, pionero del reggae en español y que en la actualidad como muchos mortales después de darle la vuelta a la hilacha, se arrepiente de su pasado y cambió el meneíto para predicar la palabra de Dios con los Testigos de Jehová.
Después supimos del gasolinazo de Daddy Yankee, de la alegría de Don Omar por la salida del sol y que Nigga presumiera que quiere a su baby, hasta llegar a los actuales Maluma, J. Balvin y el Conejo Malo que andará por estas tierras, para darnos cuenta de una propuesta musical por demás atractiva y que se reflejó en la fila electrónica de 300,000 personas en espera de un boleto; lo que nos asegura tiene millones de escuchas y seguidores, pero también detractores.
El reguetón se ha polemizado por sus letras, que, si no todas, algunas se han nutrido por cosificar a la mujer; machista por supuesto, además denostado su ritmo por la combinación de los de origen impetuosos rap y hip hop y la acusación por incitar a la violencia. Pero así ocurre con las expresiones plásticas, lingüísticas, visuales y sonoras que, al no ser de nuestro agrado, se tiende al rechazo, sobre todo con las composiciones populares, al ser estas accesibles y al alcance de todos.
Debo aclarar que no pretendo defender o rechazar estilos musicales, tampoco comparar sus momentos y mucho menos profanar a legendarias figuras para exponer que la polémica ha acompañado a la música y ocurre en mayor medida cuando se masifica, más ahora con los servicios multimedia que nos permiten escuchar y ver lo que queramos en cualquier momento, apoyados por las transmisiones radiofónicas que siguen contribuyendo en la propagación sonora, lo cual data de hace un siglo.
Con la instalación de las primeras estaciones y posteriormente la compra de aparatos radiofónicos en las décadas de los treintas y cuarentas, los programas trasmitidos en vivo eran el entretenimiento y deleite de la población por un contenido que no generaba molestia alguna con sus cándidos mensajes…hasta que llegó ese ritmo llamado rock ´n roll en los Estados Unidos, el cual que se propagó a nivel mundial y generó la incomodidad de las buenas conciencias.
Emanado principalmente del country y el blues, el rock n´ roll fue un parteaguas en la cultura popular, cuyas consecuencias son aún visibles y que en sus inicios la juventud se identificó ante un ritmo que distaba de lo que escuchaban con sus progenitores en sanas tardes radiales. Con aparente inocencia, estas melodías se nutrieron de referencias sexuales en sus letras y movimientos de sus pioneros, como lo demostraron Elvis Presley y Little Richard, por citar ejemplos.
Cuando al rock le quitaron el roll para hacerlo más elaborado (pero que continuó y continúa siendo criticado por adeptos a la clásica o de concierto y por jazzistas, por su elementalidad; así como ocurre con los críticos de la actual llamada música urbana), las letras se volvieron variables y en ocasiones misóginas, pero con la tolerancia y aceptación de sus escuchas.
The Beatles citaban que era preferible ver a su novia muerta que con otro hombre y The Rolling Stones mencionaban en Stupid girl que ella era la “peor cosa en el mundo”, lo cual después se trasladó a otros géneros musicales, incluidas las aparente inocuas baladas de José José con todo y violento video en Cuando vayas conmigo o con los Tacuvos y su Ingrata y ni que decir de varias canciones gruperas, lo que ha ocasionado disculpas y modificaciones de sus intérpretes a las letras otrora agresivas con la justificación “eran otros tiempos”, porque existe la denuncia y eso se celebra.
Y a todo esto ¿la música incita a la violencia? Ozzy Osbourne y colegas suyos han sido demandados por provocar suicidios en adolescentes, para después ser absueltos al no comprobarse delito alguno. Si es verdad que el canto y ritmo nos mueven para efectuar acciones, considero que deberían difundirse hasta el hastío All the love in the world, (Pride) in the name of love, Cantaré, cantarás o Imagine, para en estos violentos tiempos podamos ser ligeramente más comprensivos y piadosos. El problema no está en el mensajero, sino en el trasfondo social del mensaje.
El tiempo es impecable y pone las cosas en su lugar. En su momento fueron objeto de crítica las visitas ochenteras de Menudo en estadios, cuando no había la actual infraestructura para estos eventos y provocaron lesiones en sus asistentes o que años después los boletos para ver en cinco fechas a Backstreet Boys alcanzaron precios estratosféricos y hoy a la menor provocación, vemos con toda naturalidad sus coreografías imitadas por menores y grandes para darle gusto al baile; lo cual no dudamos suceda posteriormente con el reguetón y que los adultos que lo gozaron, vayan a vilipendiar lo que en ese momento escucharán sus bendiciones.
Dicen que no hay verdad absoluta porque es interpretada por conveniencia y lo mismo ocurre con lo que escuchamos; no hay un género absoluto que podamos decir que es lo más convincente y defendemos lo que consideramos correcto. Si implica que nos taladren los oídos con lo que no sea de nuestro agrado, asumámoslo con tolerancia; sería aburrido que todos tengamos los mismos gustos y regresar al glorioso pasado para sentarnos en familia por las noches para escuchar una sola estación radiofónica.
Damas y caballeros que alcanzaron boleto para Bad Bunny; enhorabuena y disfruten el perreo masivo, baby.
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