Resaca vacacional

DANIEL 1

Es indudable que los días después de cualquier periodo vacacional traen consigo una resaca en el cuerpo y cartera, aunque casi siempre lo enfatizamos posterior a las fiestas decembrinas, justo después de partir la rosca de reyes y también la partida de cabeza por el desgaste físico y económico, con la consabida cuesta de enero. Tampoco es queja: el dinero de aguinaldos, remuneraciones y ahorros se aprovechan para paseos, mejoras en los hogares, regalos -in- necesarios- y los atascones de comida reflejados en el aumento de mejilla y abdomen.

Rara vez mencionamos la cruda posterior al receso veraniego donde también hay deterioro similar al decembrino. Podrán decirme no es verdad, pero los invito a que revisen si el cinturón les entallaba igual a principios de julio que dos meses después o echar una revisada a las cuentas bancarias y los tarjetazos por los gastos en asueto, además de la bonita costumbre por comprar útiles, uniformes e inscripciones escolares de las bendis. Eso sí, en ambos periodos de descanso lo bailado nadie nos lo quita.

Cualquiera que sea la temporalidad, la fuerza laboral asalariada tiene derecho a días de asueto pagados; un beneficio que data apenas de unas décadas o al menos es el conocimiento de su servidor sobre el tema, porque no he visto documentado jeroglíficos egipcios y cerámica asiática que ilustren a la chalaniza descansando o de mínimo echándose una botanita, situación similar por estos lares prehispánicos, donde los testimonios más bien son de sometimiento a la servidumbre en beneficio de jerarcas pasándola a todo dar.

En occidente, es probable los primeros datos de días de descanso tienen relación con deidades antiguas que trastocaron en festividades católicas, como ocurrió en la Edad Media y sus momentos de reposo, ocupados no para labores cotidianas, pero si en hacer oración por largas horas. Posteriormente, se pretextaron los santorales para fiestas prolongadas en los poblados, derivando en varios momentos fueron más los días de entretenimiento que los de trabajo.

No podemos descartar que, a partir del siglo XVI, la época de los grandes viajes, comenzaran los recorridos marítimos por entretenimiento al ser menos temidos los océanos, sin embargo, poca parte de la población debió tener acceso a una embarcación. Es decir, la historia se repetía con el disfrute de unos cuantos a costa del esfuerzo de muchos: no culpemos de todas las desgracias al rabioso capitalismo, un sistema económico del que paradójicamente se regulan las jornadas vacacionales.

Bien o mal, según el análisis de cada quien, la Revolución Industrial trajo consigo el predominio de las máquinas sobre el trabajo artesanal, una situación expandida por las principales ciudades con fábricas que ocuparon mano de obra antes rural y luego trasladada a las urbes bajo condiciones casi esclavizantes. De aquí surgen los primeros sindicatos y movimientos obreros buscando mejoras, incluidos los días libres.

Fueron varias las reuniones de trabajadores que buscaron unificaran sus demandas, pero quizá la más conocida fue la de Londres en 1864, encabezada por Karl Marx en su papel de orador principal, y si bien no tuvo el efecto deseado, sentó precedentes para los resultados obtenidos más tarde, pero con costos altos. Entre abril y mayo de 1886 se suscitaron huelgas en Chicago con la demanda: “8 horas de trabajo, 8 horas de familia y 8 horas de descanso”. Entre las manifestaciones hubo conatos de peleas, la más recordada fue la del primero de mayo con el petardo lanzado por un trabajador a la policía que respondió masacrando a varios obreros.

Los primeros años del siglo XX serían de transición en diversos aspectos, incluidas las legislaciones obsoletas para los nuevos tiempos. Los derechos laborales se consolidaron en las estructuras jurídicas de varios países, como se demostró en 1917 en la Carta Magna de nuestro país, con el artículo 123 que definió las jornadas de 8 horas, además “por cada seis días de trabajo deberá disfrutar el operario de un día de descanso cuando menos”. Había nacido el dominguito alegre.

Legisladores y patrones enfatizaron en las vacaciones…para ellos, debido a no mencionar el tema para los agremiados. Fue hasta 1931 con la Ley Federal del Trabajo que estableció 4 días de descanso tras haber laborado 2 años en el mismo sitio, lo cual ya era un avance que se consolidó en 1960 con la reforma definitiva de las vacaciones “nunca mayores a veinte días al año”; un beneficio obtenido, modificado y gozado hasta la actualidad, luego de múltiples estira-afloja de sindicatos y patrones.

Dicen que nada es gratis en esta vida y la frase lo más seguro incluye a los momentos de entretenimiento y sus secuelas, donde después de lo bailado, el cuerpo y cartera resienten los estragos.

Salvo extremos, las resacas de cualquier índole se estabilizan con medicamentos y reposo. Las crudas vacacionales seguro se recuperan con el descanso del cuerpo y de la cartera por unas semanas, ya ven que siguen los meses más pachangueros de cierre de año y habrá situaciones de empeñar hasta al perro con tal de solventar regalos -in- necesarios- y atascones de comida reflejados en el aumento de deudas, mejilla y abdomen.

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