Depende las circunstancias, transformamos experiencias y personalidades en colores. Si nos va del cocol, diremos “me las estoy viendo negras”; si nuestra salud se deteriora, no faltará quien nos diga “estás amarillo” y ni que decir ponemos rojos como jitomates al irritarnos; misma situación al avergonzarnos o chivearnos.
Chiviarse ocurre por varios motivos, pero uno recurrente, es cuando nos encontrarnos con el ser anhelado o amado… y entonces aparecerá otro color. Je vois la vie en rose, cantaba Édith Piaf en alusión a estar ni más ni menos enamorada de la persona a la que pertenece y le hizo borrar penas y problemas. Así esta etapa del enamoramiento gracias a las hormonas que nos permiten ver la vida brillante, intensa; rosa en el mejor de los casos.
No solo en Francia le cantaban bonito al amor rosado; por estos lares tuvimos a la ochenterísima Prisma, quien nos decía que de este tono veía la vida enamorada y del amor estaba ídem; en una de tantas alegorías rosadas, cuyo origen obedece a la flor que paradójicamente se regala en color rojo si del amor se trata.
La palabra rosa tiene su origen etimológico del latín, escrito de la misma manera, haciendo referencia a la flor del rosal, la planta. El vocablo se retomó del griego rhódon: “lo que desprende olor”, asociada la flor a la diosa del amor Afrodita, en Grecia y posteriormente Venus, en Roma; de ahí la costumbre de ofrecerlas en estas lides románticas.
Al igual de la mayoría de los productos “naturales” que consumimos –basta ver las frutas en tamaño Godínez para acomodarlas en las loncheras-, las flores del rosal también fueron modificadas genéticamente. Las prevalecientes, rojas y rosas, son productos del siglo pasado, estéticamente distintas a las de la antigüedad; hoy disponibles en cualquier cantidad de colores y tamaños.
Esta tonalidad asociada a las mujeres data de apenas unas décadas. Durante centurias, la gente vestía de acuerdo a sus recursos y por lo mismo los colores eran más por la calidad de la ropa que por diferenciar géneros. Los cambios ocurrieron aproximadamente cien años, cuando tiendas departamentales en los Estados Unidos y la revista Time, paradójicamente, recomendaban los niños vistieran de rosa por ser un color “fuerte y decidido” y las niñas de azul, “por su delicadeza”.
Los tonos se invirtieron en la posguerra. La televisión, cine y revistas a colores, evidenciaron el rosa para las actrices Marilyn Monroe y Grace Kelly; una idea reforzada con la aparición de la muñeca Barbie, en 1959 y de colofón, la aparición de las pruebas de natalidad que permitían conocer el sexo del bebé, con las consiguientes campañas para la compra de ropa y accesorios diferenciados; costumbre que buscan erradicar sectores de la sociedad.
El entretenimiento no es ajeno a este matiz, por ello tenemos a la solista Pink, a las chicas K-pop Blankpink y a Pink Floyd, aunque su nombre obedece a los bluesmen Pink Anderson y Floyd Council. La televisión nacional ha hecho referencia no propiamente al tono y sí a la flor con la tragicomedia (no hay otra definición para este programa): La Rosa de Guadalupe (2008- ); la telenovela, Rosa Salvaje (1987-1988) y en el cine, La Rosa Blanca (Gavaldón, 1972).
Tenemos escenas elocuentes con esta flor en American Beauty (Mendes, 1999); siendo eje de una historia, en Beauty and the Beast (Trousdale, 1991) y el misterio en The nom de la rose (Annadu, 1988). Retomando a la tonalidad, está la controvertida Pink flamingos (Waters, 1972), sin omitir los trabajos más emblemáticos relacionados con este pigmento.
The pink panther (Edwards, 1963) estelarizada por Peter Sellers y Claudia Cardinale, gira su trama en torno a un diamante rosa donde se visualizaba una pantera. El éxito de la película motivó la producción de siete más dirigidas por Blake Edwards, destacando la secuela A shot in the dark (1964) y su culminación con la inefable Son of the pink panther (1993), además de las protagonizadas por Steve Martin en los dos miles.
El score de la saga fue compuesto y dirigido por Henry Mancini, quien había hecho mancuerna con Edwards en Breakfast in Tifannýs (1961) y la serie Peter Gunn (1958), con temas identificables para la cultura popular (en Spotify hay buenas compilaciones de Mancini), con piezas jazzeadas y de fácil escucha; digamos, “música de los domingos”.
La primera cinta se promocionó en los cines con cortos estelarizados por una figura caricaturizada que, involuntariamente, se iba a convertir en ícono generacional. https://www.youtube.com/watch?v=BwA_ar7_qUw&t=8s El agrado del público por ver a una pantera rosa animada –misma que aparecía en los créditos iniciales y finales, – trajo consigo una serie televisiva con duración original de 1964 a 1980 con varios cambios en el transcurso.
Los primeros episodios fueron dirigidos al público adulto, causa por la que se mostraba al personaje fino y hasta fumador. A partir de 1969, se presentó como The pink panther show, menos recatado y con nuevos integrantes. Al igual que las últimas películas, la serie animada continúa con modificaciones y ambas debieron terminar hace tiempo por sus inefables capítulos.
El tono rosa es asociado entre varias circunstancias a la mujer y al amor, sin embargo, el escritor Ramón de Campoamor, citó: “todo es según el color del cristal con que se mira” y en mi caso, hace poco tuve mi capítulo “Daniel en rosa” y les juro no había consumido sustancia prohibida.
Hace unos meses fui a los Estados Unidos para reencontrarme y conocer a entrañables personas, además de visitar varios lugares, entre ellos el legendario Chinese Teather: cuya fachada conocí por televisión en mi niñez y repasada casi diario por las tardes con el inicio de una melodía trepidante y dos figuras animadas que se bajaban de un bizarro auto: “think of all the animals your ever heard about (…) well here is The pink panther, The pink panther!
Con lo anteriormente descrito, pude comprobar que la vida la vemos de diferentes colores y hace no mucho, aun en la oscuridad de la noche, la pude ver en rosa.
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